No podía dejar pasar esta fecha tan señalada sin recordar el día del libro, esos libros secretos y mágicos que nos han hecho progresar en nuestro nivel de consciencia, los que nos han hecho volar, sentir y reír como si nos hubiéramos fumado toda la maría que utilizaba Bob Marley en sus conciertos, aunque hoy he necesitado el nivel siete de consciencia para sobrevivir a la certeza de que el libro de Belén Esteban se ha convertido en un best seller en la feria del libro de San Jordi. Una sonrisa es una buena tarjeta de presentación en sociedad, y el disfraz de payaso, la mejor manera para conseguir pasar desapercibido en esta selva.
No
hay nada que nos una más que un enemigo común, no importa si el enemigo
es injusto o lo somos nosotros. Unidos ganaremos las
elecciones, recuperaremos nuestra tierra, aplastaremos a los herejes
con la bendición de dios, nos vengaremos de ese o de aquel sin piedad, y todo lo que se nos ocurra, pero lo más importante es tener un enemigo. Nos da igual que sea un enemigo terrible,
cruel, sanguinario, cercano, o quizá un enemigo imaginario y abstracto,
cualquiera es bueno. ¿Qué sería de nosotros sin enemigos?, no
lo quiero ni pensar. No puedo imaginar a una suegra sin el bala
perdida de su yerno, al Barsa sin el centralismo del Real Madrid, a los
americanos sin el peligro atómico de los rusos, a los gatos sin las
torpes embestidas de los perros, al trabajador sin el yugo del empresario, ni a Dios sin la desenfadada concupiscencia de Satanás.
Podríamos
hacer una lista de nuestros enemigos y si todos ellos fueran abducidos por una nave extraterrestre, por esas cosas del destino, posiblemente poco después
aparecerían otros ocupando el lugar de los anteriores. Ante este escenario me atrevería a decir que la lucha contra nuestros enemigos no nos solucionaría ningún problema, es más, gastaríamos inútilmente unas energías que podríamos utilizar en otras cosas más placenteras como por
ejemplo hacer el amor y no la guerra, que ya lo dijo Aznar; entonces, ¿donde está el problema? Seguramente
si miramos hacía adentro y deshojamos las capas que nos impiden
ver, aparecerá la respuesta.
Sartre
acuñó la frase de "el infierno son los otros", intentando explicar las limitaciones de nuestra libertad por los otros, por las leyes y las normas que nos prohíben y nos marcan un camino obligatorio. Sería pretencioso contradecir a Sartre, pero añadiría que ese infierno, el otro, el enemigo, es una proyección de
nosotros mismos y una escenificación
de nuestro miedo hacia lo exterior. Si aceptáramos esta hipótesis, la confrontación contra el enemigo sería un error; debe haber otra manera de actuar en la que no haya vencedores ni vencidos y que nos permita converger en un mismo camino, y únicamente nuestra
comprensión nos puede llevar hacia él. Un gran reto para superar el síndrome del enemigo es
sin duda la convivencia con nuestro enemigo íntimo, con nuestra pareja. Cuantos factores deben encajar para que una relación de pareja no sea un infierno y cuantas batallas silenciosas debemos disputar y ganar, como la de reactivar nuestra curiosidad por todo lo que nos rodea, la necesidad de acrecentar nuestra consciencia para conquistar lo invisible y el adiestramiento para domesticar nuestro orgullo
y dejar de defender a capa y espada el honor de
ese impostor que siempre sale muy poco favorecido en las fotos del
carnet de identidad, y todo esto hay que hacerlo por duplicado. Es una verdadera prueba de fuego.
No lo entiendo, juro que antes de que se colara este
tratado de filosofía barata con reminiscencias de Elena Francis, iba a contar por qué Pancho, mi gato, estaba interesado por el estado de salud de mi perro Diego, pero bueno, creo que la sangre no llegará al río. Un día de estos les invitaré a comer, porque no existe casi nada que no se pueda solucionar sentados frente a una mesa, sin mucha luz, con un poco de charla tranquila y una copa de vino.