24 de junio de 2013

Angel City



        Esa noche húmeda de verano fui solo al Angel City, un refinado disco-bar al aire libre en el puerto de Alicante, de tendencia retro, música de los sesenta y maduras con dinero, como Pilar. Ese día ella tenía una reunión de trabajo, o eso me había dicho, y decidí poner en orden mis ideas ejerciendo de rodriguez. Pilar era una adicta al deja vu del Angel City, seguramente porque rondaba los cincuenta. Los años iban pasando inexorablemente y a pesar de sus intentos con cremas anti-age, dietas y gimnasios, el tiempo no se dejaba sobornar. Le pedí al camarero un zumo y me senté en la mesa más alejada de la pista de baile, resguardado de los distorsionados sonidos agudos de los bafles y con una espectacular vista del centro de la ciudad temblando sobre el agua del puerto. Era el lugar perfecto para utilizar por primera vez el verbo pensar; después de veintiséis años, debía visitar mi centro de control y reprogramarlo.

      Cuando ya me encontraba inmerso en mis pensamientos, se acercó a mi mesa una señora en un lamentable estado etílico con la intención de sentarse; llovía sobre mojado. Con poca delicadeza le dije que se evaporara, añadiendo un gesto explícito con las dos manos para que no quedara ninguna duda. Respiré hondo para relajarme, activé todos los sentidos y el calor de esa noche de julio se acercó amistoso, como un aliado. Comencé a recibir oleadas de vapores salinos; la brisa fluía con olor a marisco del puerto; bocanadas de tabaco rubio se elevaban lentamente formando imágenes caprichosas frente a mis ojos, y no podía faltar una fragancia lejana e intermitente de pachuli. Solo desentonaba en ese universo perfecto, el desatinado baile que exhibían los voluntariosos cincuentones en la pista. Entre tanta madurez, vi a una chica morena que venía hacia mí y comencé a pensar que quizás lo más apropiado para meditar hubiera sido subir a la cara oscura del castillo.

  • Tú debes ser Jose Arcadio Buendía, ¿acierto? -- dijo sentándose a horcajadas en la silla.

  • ¿Como? …..  --  tardé en reaccionar pero respondí a su adivinanza -- así es, entonces tú debes ser Úrsula Iguarán.

  • ¡Vaya, si sabe leer!  -- dijo burlona -- ¿Por qué alguien como tú bebe zumos por la noche? -- me preguntó como si hubiera cometido un delito.

  • Porque las erecciones son más potentes -- le dije para espantarla.

  • ¿Que haces aquí?, dime la verdad. Esta es una discoteca para gente mayor -- me sermoneó ella que seguramente no tendría mas de dieciocho o diecinueve años.

  • Y tú.....¿ no deberías estar jugando en el parque? -- le repliqué.

  • ¿Jugando en el parque? Espero no estar hablando con un pervertido -- me dijo reprimiendo la risa -- para tu información, estoy con mi madre y con sus amigos celebrando su cumpleaños y he venido a averiguar si tú estás embalsamado como los otros.

    ¡Vaya que suerte! Me había tomado como un pasatiempo. Concentré mi mirada hacia la pista de baile sin apenas parpadear esperando que se aburriera y abandonara la mesa, pero ella se acercó un poco más y me dijo apuntándome con el dedo:

  • Solo, en una discoteca de carrozas........ eso indica que solo puedes ser dos cosas: o un espía, o …..

  • …..o un narcotraficante -- le completé la frase esnifando un polvo invisible.

  • No era narcotraficante la palabra que iba a decir, era gigoló.

        Me había cogido con la guardia baja, no sabía que hacía allí esa niñata interrogándome y riéndose de mi descaradamente. Caperucita se había acercado al lobo y por lo visto no se había dado cuenta, o peor: le daba igual, o mucho peor: el lobo era ella. Inició un monólogo en el que me negué a participar; estudiaba primero de medicina pero lo iba a dejar, decía que el cáncer le estaba ganando la partida a la medicina y no quería formar parte de un equipo perdedor, pero a mí me daba la impresión de que la niña de papá se había cansado de jugar a Jack el destripador con los fiambres en formol.

        Me dijo que la antropología sería su próximo destino. Esa declaración de intenciones me hizo abandonar mi mutismo: "casi nadie sabe a que coño se dedica un antropólogo, y para empezar, eso me gusta. Los antropólogos que conozco no buscan una cómoda situación económica, más bien buscan respuestas, una señal que les indique el camino, un salvoconducto para atravesar fronteras, o simplemente una vía para reconciliarse con nuestra especie". Cuando Virginia terminó su exposición, me pareció que su manera de pensar no era la de una niña `bien´ y que el Angel City nunca había brillado de esa manera. 

        Una atractiva mujer que yo conocía muy bien apareció entre las luces e interrumpió nuestra conversación, era su madre que había estado buscándola por toda la discoteca. Con su descaro habitual y tapándose la boca para ocultar la risa, Virginia mintió presentándome como Jose Arcadio, un compañero de la facultad, y a su madre me la presentó como Pilar, algo que yo ya sabía. Le dí dos castos besos y Pilar solo acertó a esbozar una sonrisa artificial, desencajada, de esas que aparecen cuando se quiere ocultar un oscuro secreto. Me despedí de Virginia con un hasta pronto, y mientras se marchaba, mis ojos se tornaron estrábicos mirando por un lado su cara sonriente, y por otro, sus ajustados pantalones vaqueros.
 

4 de junio de 2013

Crisis de identidad



        Recuerdo muy bien el momento en el que advertí la presencia de un intruso en mi interior, fue viendo un partido de fútbol por televisión. Durante el partido, incomprensiblemente mi mano derecha apretó el botón numero dos del mando a distancia, y sin poder evitarlo, me cargué un documental entero donde se podía ver detalladamente el apareamiento y la reproducción de las focas siberianas. Intenté varias veces volver al canal que emitía el fútbol, pero algo me lo impidió. Al principio me pareció un pasajero desdoblamiento de personalidad y no le di mayor importancia, pero progresivamente los síntomas se acentuaron y comencé a preocuparme. A veces podía sentir detrás de mi cabeza el aliento de un visitante oculto que me vigilaba y provocaba que mi calidad de vida se resintiera notablemente. Por ejemplo, cuando realizaba trucos de prestidigitador jugando a las cartas (hacer trampas dicen los ignorantes), existía la posibilidad de que el visitante pudiera delatarme y tirar por la borda mi reputación labrada durante tantos años. Era una situación estresante, y no digamos cuando realizaba actos inconfesables con una mujer, ahí estaba él, mirándonos, como un voyeur pervertido, impidiendo mi concentración y consecuentemente, corriendo el riesgo del temido gatillazo. 

        Ante el miedo a perder irremediablemente la cabeza, pedí ayuda a Damián, el bajista del grupo y creyente de todo lo que uno pueda creer en este mundo, desde los ovnis con marcianos verdes hasta la teletransportación física a otras dimensiones. Me aconsejó acudir al párroco del barrio de Malasaña, un sacerdote muy discreto que estaba especializado en exorcismos y que con toda seguridad solucionaría mi problema. Durante la sesión, me hizo vomitar una pasta verde que había ingerido unos minutos antes. Debía insultar a diestro y siniestro a cualquiera que estuviera junto a mí, y para terminar, el cura intentó girar mi cabeza 360 grados, argumentando que así el diablo saldría de mi cuerpo, pero la cabeza que estuvo a punto de rodar por el suelo fue la suya. El intento fue en vano y además el cura me denunció por agresión (yo le dije que había sido el diablo), pero el inquilino seguía dentro de mí.

        Con ciertas reservas y sin muchas esperanzas, visité a mi médico de cabecera. Me animó y me dijo que esos problemas eran de fácil solución y seguramente debidos a la crisis económica. Me dio unas pastillas para relajarme, pero fue un fracaso total. No vomite pasta verde como en el método exorcista, pero estuve quince días con problemas estomacales, y el okupa seguía allí.

        El padre de mi novia se interesó por mi problema y me invito a una sesión de yoga. Me presento a su profesor y este me aseguró que me curaría en una sesión; debería alejar de mi mente todos los pensamientos y cualquier elemento espurio que me impidiera reconocer al inquilino y sacarlo de mi interior. Me integré en la sesión con mi suegro y con un grupo de unos veinte jubilados con chándal que parecían sacados de una manifestación de yayoflautas, y después de las respiraciones y la relajación, el profesor comenzó a inducirnos hacia un estado de meditación, pero quedo abortado porque uno de los viejos soltó un sonoro pedo y la meditación se convirtió en risoterapia. Pero no desistí, cuando llegué a casa hice el ejercicio de yoga como me había indicado el profesor. Comencé a aislarme hasta conseguir parar todos los pensamientos y quedarme cara a cara con el huésped. Las peores previsiones se hicieron realidad, ese personaje oculto....... era yo, mi verdadero yo estaba prisionero en una jaula. Entonces ¿quién era el que estaba en la superficie? ¿quién era el del DNI?  Claramente, mi cuerpo había realizado un golpe de estado y quería eliminar mi conciencia.

        Debido a mi inclinación hacia las causas perdidas, cambié de bando y me identifiqué con mi yo interior, con mi conciencia. Yo sabía perfectamente que mi cuerpo pretendía todo el poder, pero no podía luchar a vida o muerte contra él, lo necesitaba para casi todo, él tenía la sartén por el mango y no me quedaba más remedio que negociar. Nos fuimos a tomar unas cervezas para relajar tensiones y llegar a un acuerdo, pero lo que sucedió allí merece un arduo esfuerzo de comprensión: después de tres horas de acaloradas discusiones, acabamos bebiendo tequila con limón y otros brebajes indescriptibles, algo que seguramente provocó la aparición de otros dos invitados: el alma, ese que pesa veintiún gramos, y el antimateria, incluido en la teoría de la física cuántica ("a cada unidad de materia le corresponde una unidad idéntica de antimateria”).  Al final, acabamos organizando una timba y jugando al poker durante toda la noche. 

         Ahora somos cinco, se nos ha unido mi ángel de la guarda; lo que se dice proteger, no protege, pero asusta. Y por fin, ahora toda va bien, solo he tenido que realizar algunos cambios, utilizar la  intuición y un poco de sentido común:  me he mudado a un piso de cinco habitaciones para que cada uno tenga su intimidad, he cambiado de novia (ahora salgo con una que esta pasando por una crisis de identidad), y por último, me he comprado un monovolumen de diez plazas, por si nos vamos los diez de picnic.


Steppenwolf